Estamos pendientes de nuestra vida, miramos un poco la de nuestros conocidos y seguimos adelante. Nos indignamos por ciertos energúmenos de escasa reflexión que saltan con algún improperio en las redes sociales. Seguimos quedando con los amigos para tomar unas cervezas. Seguimos viendo películas en el cine, viendo obras en el teatro y escuchando conciertos pese a ese 21% de IVA que decidieron ponerle a cultura en nuestro país. Seguimos leyendo la novela de moda. Seguimos comprando lo que no necesitamos. Seguimos, frente a la crisis que aún acecha y sin tener ni un duro, yéndonos de vacaciones. Seguimos viendo el fútbol y le seguimos dando audiencia a un Gran Hermano obsoleto y decadente tras 16 años en pantalla. Cerramos los ojos todas las noches y dormimos hasta que el despertador nos levanta de la cama para volver a empezar.
Tras todo esto, parece que hablar de campos de concentración y de torturas por pensar de manera diferente, son temas de tiempos pasados. Pero aún hoy, en pleno siglo XXI, en el siglo en el que la tecnología nos invade y en el que el exceso de comunicación nos sobrecarga de tal manera que vivimos bajo una gran desinformación, aún hoy, hay gente en el mundo que sigue siendo torturada, asesinada y encerrada por pensar de manera contradictoria a los dirigentes de su país. Aún hoy, siguen sin respetarse los derechos humanos mientras nosotros seguimos empezando cada mañana cuando el despertador nos levanta de la cama.
China, 1992. Falun Gong es una práctica de cultivación de cuerpo y mente. Una práctica que se basa en tres principios: la verdad, la benevolencia y la tolerancia. Tres aspectos que hacen que las personas mejoren su relación con sí mismo y con sus semejantes. Hasta aquí, todo correcto, pero la historia continúa.
Lucía López Puerta 