Hoy, jueves 8 de marzo, podría ser un día cualquiera. Podría, pero no lo es. Y es que fue, aproximadamente en la segunda mitad del siglo XVIII cuando la sociedad empezó a levantarse contra la desigualdad. El siglo de la Ilustración y la Revolución Francesa trajo consigo escritos como el de Mary Wollstonecraft, Vindicación de los Derechos de la Mujer (1790); o el de Olimpia de Gouges en 1791, Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Se podría decir que ellas dieron el pistoletazo de salida para la lucha feminista. Un largo camino que aún seguimos recorriendo y que no todo el mundo logra entender.
Ser feminista no es estar en contra del hombre, ni odiarle, ni tratarle mal, ni despreciarle. El feminismo es la búsqueda de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, es la búsqueda del reconocimiento. Es gritarle al mundo que no somos una imagen, que no somos un cuerpo, que no somos esclavas. Que no solo somos madres, que no somos un trozo de carne. Es decirle al mundo que me visto como me visto porque me da la gana, que me pongo tacones o zapatillas porque me gustan y que me pinto la raya del ojo y los labios de rojo porque me miro al espejo y digo: “me gusta. Me gusta lo que veo. A mí. Sin complejos, sin prejuicios, sin qué dirán. Me quiero gustar a mí, no te quiero gustar a ti”.
Porque una mujer no es más que un hombre. Una mujer es igual que un hombre. Tiene el mismo derecho que él a cobrar un sueldo digno por el mismo trabajo, tiene el mismo derecho a opinar, tiene el mismo derecho a decir lo que piensa, tiene el mismo derecho a salir a la calle en zapatillas y con los pantalones rotos. El mismo derecho.
A lo que no hay derecho es a tener que aguantar que te silben por la calle como si de a un perro se tratara. A lo que no hay derecho es a tener que aguantar que te miren las tetas cuando llevas escote. A lo que no hay derecho es a que te traten como objeto sexual y un trozo de carne. A eso, no hay derecho.
Porque los micromachismos están en todas partes. Porque decir “qué tía más buena” es micromachismo (la “tía” no es una tarta para decir que está buena), porque micromachismo es regalarle a una niña una cocinita o un set de limpieza de juguete. Porque distinguir entre señorita y señora, es un micromachismo (nadie distingue entre señorito y señor. Todos son señores), porque llamarles a ellos por el apellido y a ellas por el nombre es micromachismo, porque oír eso de “eres una señorita y las señoritas no hacen eso” es micromachismo, porque hasta lo de “las damas primero” es un micromachismo.
A las mujeres nos dijeron que, cuando estuviéramos sentadas, teníamos que tener las piernas cruzadas. A las mujeres nos dijeron que teníamos que ser dulces, cariñosas y delicadas. Porque las mujeres, si nos enfadamos somos unas amargadas y “mal folladas”, a lo que nos añaden “a ver qué hombre te va a aguantar a ti” o “pobre del que dé contigo”. Porque si decidimos vagar libres y no tener pareja, somos juzgadas por un dedo inquisidor que confirma lo dicho. Ni decir tiene una negativa frente a continuar con la estirpe humana. Porque a las mujeres nos dijeron que éramos libres, pero en realidad, lo que nos estaban diciendo es que debíamos luchar por serlo.
Hace unos días, una compañera de trabajo me contó que el hijo de una amiga suya se había pintado las uñas porque se lo había visto hacer a su hermana mayor. Al día siguiente, cuando fue al colegio, todos los niños se rieron de él. Al volver a casa, el niño, triste, se lo contó a su madre y su madre le dijo: “¿dónde pone que pintarse las uñas sea cosa de niñas? Vamos a leer las instrucciones del pintauñas a ver qué dicen”. La madre, junto a su pequeño, leyó las instrucciones de aquel esmalte y le hizo ver al niño que en ningún sitio ponía para quién iba dirigido el cosmético. A la mañana siguiente la madre le contó la anécdota a la profesora. La maestra hizo ver a sus alumnos que una simple pintura de uñas no lleva marca de género.
Recomendación: Feminismo para principiantes. Nuria Varela.