- Amar: tener amor a alguien o a algo.
- Vivir: tener vida.
- Sonreír: dicho de un asunto, de un suceso, de una esperanza, etc: mostrarse favorable o halagüeño para alguien.
Estas tres palabras presidían, junto con la frase Expande el alma, la pared de una escuela de Er-rachidía, una ciudad arropada por el Atlas marroquí. Solo tiene dos clases, una de ellas con apenas diez pupitres, las ventanas están rotas y los cristales, al alcance de los niños. En las pizarras apenas se distingue lo que escribes. El suelo es una manta de arena rojiza del desierto. En el patio, en un rincón hay escombros con tablas de madera, clavos, vidrios y azulejos hechos añicos.
Algunos de los pequeños que asisten a este colegio, andan kilómetros por carreteras y caminos jugándose la vida y sin un calzado adecuado. Cada día, al llegar y vernos, nos daban un beso y un abrazo, y al despedirse para volver a su casa nos regalaban la mejor de las sonrisas.
Me pongo a escribir estas líneas diez días después de mi vuelta de Marruecos. Un país increíble que me ha dado mucho. Llevaba tiempo buscando algún tipo de voluntariado y pasó por delante de mí esta oportunidad. Me embarqué en la aventura de colaborar con la Asociación Puerta del Sur, que trabaja con «objetivo de ser una asociación destinada a la cooperación social y humanitaria, y para favorecer el desarrollo de las regiones que sufren de pobreza y de falta de infraestructuras». Allí, quince españoles, dimos color a las paredes de la escuela pintando murales. Enseñábamos nuestro idioma y nos enseñaban el suyo. Con los más pequeños aprendimos que la imaginación puede llegar a los extremos más insospechados, y que cualquier cosa, desde el tapón de una botella hasta una simple hoja de papel, puede ser un juguete con el que pasar largas horas, y que un simple globo puede paralizar el mundo haciéndoles las personas más felices del universo.
Un cuaderno parece algo simple, normal y al alcance de todos. Con los adolescentes aprendimos que un cuaderno no necesariamente tiene que salir de la fábrica, con sus anillas, sus márgenes y sus perfectas líneas en cada página. Fabricamos con ellos un cuaderno con cuatro folios y una cartulina. Con un clavo, que rescatamos del montón de escombros del patio, le hacíamos los agujeros para luego meter la cuerda que unía cada hoja. Esta cuerda la cortábamos con uno de los cristales rotos de las ventanas porque no teníamos tijeras… En este improvisado cuaderno dejaron anotadas (en español) las partes del cuerpo, los números, los colores, las prendas de ropa… Nosotros, más torpes en su idioma que ellos en el nuestro, nos trajimos a España unas leves nociones de cómo saludar.
Fueron tres intensas semanas en las que un grupo de muchachos de entre 3 y 16 años nos regalaron un golpe de realidad. Tres intensas semanas en las que pude conocer a compañeros maravillosos, grandes personas con las que recorrí muchos kilómetros en un país lleno de contrastes, con una cultura diferente a la nuestra y rincones mágicos e increíbles. Rompimos con los prejuicios y sin lugar a dudas recibimos más de lo que pudimos dar, porque nosotros les dimos diversión, pinceladas de nuestro idioma y momentos alegres, pero ellos nos han dado una lección de vida, de felicidad, ya que no conocen otra cosa, no conocen otro mundo y son felices. Juegan con su imaginación y sonríen con amor. Nos han hecho ver la realidad de eso de que «no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita».
Una experiencia única que hay que vivir y que es muy difícil explicar. Algo que realmente expande el alma y te hace crecer como persona. Pero, una vez con los pies puestos en mi mundo, me doy cuenta de que nuestra vida sigue igual que la dejamos, que nuestros banales problemas los seguiremos viendo como grandes y que entraremos en crisis cuando la batería de nuestro de Iphone se termine. Por eso, tengo la sensación egoísta de que yo me llevo más de lo que pude dejar allí. La última cuestión que me inquieta y a la que no le encuentro respuesta es: ¿hasta qué punto la ayuda de los voluntarios como nosotros, el Equipo Amarillo (así nos llamábamos porque nuestras camisetas eran amarillas) sirve o servirá para acabar con la pobreza de una sociedad o un país?
Prima ya sabes mi opinión, estos voluntariados puntuales salvo contadas ocasiones (como los médicos que usan sus vacaciones para hacer operaciones) sirven para concienciar al primer mundo (o lavar conciencias) no como ayuda en sí. Pero si esa conciencia sirve para seguir ayudando después dando una continuidad a ese trabajo o para extender el mensaje, romper fronteras, acabar con racismo etc. bienvenido sea.
Pero teniendo claro como tu dices que vamos allí a recibir, no a dar. En mi opinión y experiencia claro, ya sabes que soy muy crítica con estos temas!
Lo interesante sería analizar en unos meses o años si esa colaboración ha tenido continuidad o ha transformado algo aquí y allí. Sólo entonces sabremos de su utilidad.
Thank you for wrriting this