Con una paloma en la mano, Federico García Lorca ve cada día cómo los madrileños entran al Teatro Español de Madrid. Hoy, y hasta el 24 de febrero, lo hacen para ver la Comedia sin título, una obra que el dramaturgo granadino no llegó a terminar. Esta pieza inacabada ha sido llevada a las tablas en numerosas ocasiones, pero esta vez es Alberto Conejero el que coge las riendas del texto poniéndole un punto y final.
Compleja allá donde las haya, El sueño de la vida nos traslada a una época convulsa donde se está cocinando el inicio de una revolución que acabará siendo el final del teatro en el que se pretendía representar El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare. Todo comienza cuando el autor de la obra aparece en el patio de butacas: «No voy a abrir el telón para alegrar al público con un juego de palabras, ni con un panorama donde se vea una casa en la que nada ocurre y a donde dirige el teatro sus luces para entretener y haceros creer que la vida es eso. No. El poeta, con todos sus cinco sentidos en perfecto estado de salud, va a tener, no el gusto, sino el sentimiento de enseñaros esta noche un pequeño rincón de realidad». Federico García Lorca reivindica que el teatro no puede alejarse de la realidad, y de esta manera Conejero ha sido capaz de acercarse al Lorca más absoluto con la continuación del original y sin apenas paréntesis que dejen ver distinción entre el dramaturgo del siglo XX y el dramaturgo del siglo XXI. Bajo la batuta de Lluís Pasqual, gran conocedor de la obra lorquiana, el papel de la mujer, la religión o las desavenencias políticas están muy presentes en las casi dos horas de representación.
Con el patio de butacas iluminado y con el ir y venir de los actores, el espectador se deja llevar en todo momento por lo que está sucediendo en la sala. La escenografía, escueta y sobria, nos envuelve en el drama personal y social que viven los personajes, que van lanzando reflexiones hacia al público.
El elenco, muy acertado, lo encabezan Nacho Sánchez y Emma Vilarasau. Ambos con una interpretación impecable, pero cabe resaltar a Vilarasau, que consigue poner los pelos de punta y emocionar con cada frase. «Yo soy un cuerpo que se llena de otros para olvidar su desgracia». Sentimiento a flor de piel.
Concluyendo, El sueño de la vida es una de esas obras que desconcierta y engancha manteniendo alerta al espectador, además, nos envía a casa con una pregunta sobre la que merece la pena reflexionar: ¿el teatro debe mostrar la cruda realidad o debe maquillarla tras el mero entretenimiento? Con ello, podría considerar esta creación un claro guiño, en ciertos matices, a La vida es sueño de Calderón de la Barca, donde realidad y sueño se llega a cuestionar igual que el personaje del autor (Nacho Sánchez) se ve en la controversia de «enseñaros esta noche un pequeño rincón de realidad».