Ayer tuve un domingo tranquilo. En casa, con calma, con la información apagada y conmigo misma. Hice tres tapices de macramé (algún día contaré cómo llegó mi adicción a esta técnica creativa). También terminé, mientras desayunaba en la terraza, de leer Diferente, de Eloy Moreno y empecé Madrid me mata, de Elvira Sastre. Me encanta leer mientras desayuno, siempre se me queda el café frío y tengo que volver al microondas para que me lo temple. No me gusta el café frío.
Estudié periodismo porque quería ser corresponsal de guerra. Ahora veo todo eso muy lejano, pero sí sigo de cerca la información bélica. Esto me llevó hace unos meses a tener la oportunidad de hacer un reportaje sobre corresponsales de guerra con motivo de la invasión a Ucrania. Pude hablar con cuatro estupendas periodistas que conocen muy de cerca el frente de batalla. Entre ellas, Almudena Ariza, que tiene un programa de podcast, Plano corto, donde tiene conversaciones con gente de la que siempre se puede aprender algo.
Ariza ha estado un mes en Ucrania haciendo reportajes y piezas para RTVE, y a su vuelta decidió regresar a Plano corto con testimonios de corresponsales que habían estado allí (recomiendo el episodio de Nuria Garrido).
Alguna de esas historias me inspiraron el Meraki de hoy y me he acordado de él al llegar al final de la página 39 del libro de Elvira Sastre donde empieza con un epígrafe que se titula Los cuerpos del frío. En él cuenta lo que hace su amiga Vero en la ONG en la que colabora: «se encarga de mejorar la calidad de vida de las personas refugiadas y durante los meses de invierno se acentúa su labor». Después de leer este capítulo y mientras estaba haciendo nudos de macramé, empecé a reflexionar sobre aquello. En lo diferente que es la vida de cada uno de los seres humanos dependiendo del lugar en el que nos tocó nacer. «¿Quién puede asegurarnos que nuestros hijos no tendrán que nacer en otros territorios, que no me apresarán si beso a una mujer, que no tendremos que acudir a un albergue que nos dé techo por la noche, que ningún hombre que decida adueñarse de mi cuerpo saldrá impune, que no tendremos que lanzar a nuestros bebés al mar y meter nuestras casas en una bolsa de basura? ¿Quién puede decirme que eso no va a suceder?», se pregunta al final.
Nos subimos al tren que ya no para al atardecer. Las tropas habían cruzado la frontera y avanzaban despacio pero implacables. En el pueblo tan solo dejamos una casa de paredes blancas y un pensamiento que florecería pronto. Cuando volvimos años después y vi entre los escombros la maceta rota, recordé que lo había regado antes de marcharme, como si fuera a volver para la cena.
Triste y lamentable relato. Situación que en este momento están viviendo, de una manera o de otra muchos seres humanos y situación que no estamos exentos de vivir quienes en este momento tenemos la suerte de no sufrir.
Las adversidades de la vida nos pone a todos en riesgo de padecer una huída, desde la chaladura de cualquier personaje impresentable, avaricioso y déspota hasta cualquier inclemencia natural que también nos haría huir para evitar cualquier peligro.
Supongo que una de las peores cosas que puede sentir o sufrir cualquier ser humano es el abandono involuntario de su país y por lo tanto de su hogar.