Me gustan mucho las tiendas de ropa de segunda mano. Creo que son tiendas que tienen historia, y no porque encuentres prendas de décadas pasadas, sino porque siempre me pregunto de quién habrán sido esos vaqueros, esa chaqueta o ese cinturón de piel envejecida. Dónde habrán ido, en qué eventos se habrán lucido o qué conversaciones habrán escuchado. Es solo ropa, dirán muchos. Sí, y es cierto: es solo ropa, pero el traje de novia que venden en la tienda de la calle Velarde, de San Joaquín o Espíritu Santo seguro que fue testigo de uno de los días más especiales de su dueña, o esos Levi’s raídos, probablemente acompañaron a alguien a su primer concierto. La ropa que lucimos cada día habla mucho de nosotros, de nuestra personalidad o de dónde vamos o de dónde venimos.
El Meraki de hoy lo escribí en un día de esos en los que piensas más de la cuenta y lo cuestionas todo, haces balances absurdos con final desastroso, recorres tu línea de tiempo pasada y futura, como si el pasado fuera a volver y como si el futuro estuviera escrito. En definitiva, pensé en lo que había conseguido, en los amigos que me aguantan, en la familia que me quiere, en la gente que está ahí, en los retos que me he propuesto y he conseguido, en los que me quedan por conseguir… Y llegué a la conclusión de que tenía todos los ingredientes básicos y necesarios para ser feliz, y aún así notaba que me faltaba algo, que quería más, que necesitaba mucho más. Después me flagelé pensando que no tenía ningún derecho a quejarme si miro hacia otro lugar, hacia otras personas. Me sentí egoísta y escribí.
Al día siguiente tal vez todos aquellos pensamientos habrían desaparecido mientras mi subconsciente trabajaba en el sueño, pero muy a menudo ese sentimiento vuelve. A mi generación nos dijeron que podríamos conseguir todo lo que quisiéramos si caminábamos por una línea determinada, si seguíamos unas pautas estipuladas por una sociedad y una evolución generacional notable: nuestros abuelos superaron a sus padres levantándose de una Guerra y una Postguerra; nuestros padres superaron a nuestros abuelos, que dejaron la tierra que les vio nacer para adaptarse a eso que llamaron progreso y para que sus hijos volaran alto. Y lo hicieron, lo hicieron con creces, y a nosotros nos lo dieron absolutamente todo, pero aún así nos sabe a poco.
Mientras caminaba por el andén descubrí un tercer bolsillo en mi abrigo. Lo compré un par de días antes en un mercadillo de segunda mano. Dentro había una nota: “creo que ya no siento nada, y qué terrible palabra la nada cuando lo tienes todo”.
Precioso
Muy bien. Estoy pendiente de la edición de tu libro.