La culpa

Me gusta pasear sin rumbo. Disfrutar de los rincones menos conocidos de la ciudad, escuchar las conversaciones de las gentes con las que me cruzo y observar cómo se mueve Madrid en una calurosa tarde. Ayer fue uno de esos días. Salí a pasear por el Parque del Oeste, me metí por sus rincones, recovecos y sendas. En algunas zonas sentí, no miedo, sino respeto por la ausencia de transeúntes. Algo que por desgracia sentimos muchas mujeres muy a menudo.

Bajé hasta San Antonio de la Florida pensando, ilusa de mí, qué tal vez podría disfrutar de los frescos de Goya. Al llegar a las vías del cercanías, antes de subir la rampa decorada con grafitis sin gusto, vi a chico de raza negra en cuclillas haciendo algo en el suelo. Me chocó y desvié mi camino para ver qué estaba haciendo. Vestía una camiseta de algún equipo de fútbol. Estaba sucia, muy sucia. También llevaba una mochila a su espalda. Al acercarme, con cierta distancia, conseguí ver lo que hacía: rascaba el suelo con una paleta de cemento, sin objetivo, sin ganas, sin mirada, perdido. Tuve el impulso de hablarle, preguntarle si se encontraba bien o si necesitaba algo, pero no fui capaz. No sé si por miedo o tal vez por prejuicios. El caso es que no me atreví a hacerlo y continué mi camino sin quitármelo de la cabeza. Al llegar a casa seguía pensando en él, me sentía culpable, y ya no por mi incapacidad para acercarme a él, que también, sino por la sociedad en la que la vivimos, el mundo al que pertenecemos y lo que nos toca vivir a unos y lo que les toca vivir a otros. ¿Qué se puede hacer? ¿Dónde está la solución? ¿La hay?

El Meraki de hoy no era así en un principio. Lo escribí también para participar en el concurso de Relatos en Cadena de la Cadena SER, ese en el que he participado tantas veces y que nunca gano. Aunque era lógico no ganar porque lo escribí deprisa y corriendo. Se me acababa el plazo y salió algo que, al ir a locutar, ni yo entendía lo que quería contar. Todo mal: ya lo había enviado y no había marcha atrás. Le di una vuelta y este es el resultado.

La culpa me persigue. Lleva días conmigo: cuando paseo por la playa, cuando voy al mercado y, sobre todo, cuando veo las azaleas del jardín. Están tan frondosas este año… ¡No sé cómo quitarme esa maldita sensación! Al menos tengo la certeza de que esta noche él tampoco vendrá a dormir y de que los moratones desaparecerán pronto.

3 comentarios en “La culpa”

  1. Realmente muy pocas personas se paran a preguntar si le ocurre algo a cualquier otra persona que se encuentran en la calle en malas condiciones, a mi me ha ocurrido en alguna ocasiön y me hace sentir muy mal. Hace poco, y en mi barrio, vi durante 2 días seguidos a un chico con buen aspecto y con unos cuantos paquetes y una maleta recostado en un banco, me parecía una situación poco normal pero no me acerqué a preguntarle, me fui a mi casa con la pesadumbre de no haberle preguntado si necesitaba algo y me prometí que si al día siguiente estuviese lo haría, pero ya no estaba. El aspecto de las personas nos hace aceptar o rechazar a cualquier ser humano, pero siento que aún a pesar del aspecto tenemos poca humanidad.
    Buen relato. bien escrito y tema muy de actualidad y sobre todo muy bonita locución.

  2. Que poco humanos somos, no eres tú sola. El miedo a sentirnos rechazados por la persona afectada, el que nos pudiera hacer algo malo o simplemente una timidez sin sentido nos hace adoptar ese comportamiento.
    Relato de actualidad, casi todos los días amanecemos con la noticia de alguna mujer asesinada y muchas de esas mujeres han vivido situaciones como la que reflejas en el relato.
    Bien escrito y mejor locutado.

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