Nos metemos en la cuarta semana de agosto con la emoción y la alegría por las nubes. Después de dos años, vuelven las fiestas del pueblo, y esto hace que estemos todos como locos por escuchar el primer pasodoble, por cantar el primer bingo y por volver a ver los focos de colores iluminando la plaza. Aquí, se celebra San Bartolomé (24 de agosto) y creo que es el único día del año que en la iglesia no entra ni un alfiler.
Sobre las once de la mañana, las dulzainas y el tambor resuenan por las calles y no me molesta que me despierte algo externo. Después, repican las campanas, llegándose a oír en Valdecolmenas, el pueblo de enfrente, y es entonces cuando empiezan a escucharse castañuelas a lo lejos: nueve danzantes se preparan para bailarle al Santo durante toda la procesión. El Galopeo y un Paloteo en cada estación. Yo lo hice durante muchísimos años y puedo asegurar que a pesar del calor, el cansancio de haber dormido poco o incluso la resaca, es muy emocionante hacerlo. No sé cómo explicarlo, creo que es algo que se lleva dentro, que se siente o no se siente. Los danzantes son una parte muy importante de las fiestas de San Bartolomé, si no hay, no es lo mismo, no son fiestas.
Después, la misa. Siempre digo que yo solo voy a misa en bodas, bautizos, comuniones, entierros, funerales y el veinticuatro y veinticinco de agosto. Y lo cumplo. Cuando era pequeña mis abuelas me sentaban en algún reclinatorio vacío, en la parte más cercana al Santo, y ahora, años después, sin ellas, sigo haciéndolo.
Cuando acaba la misa, los danzantes entran galopeando frente al altar mayor y bailan los paloteos que no se han bailado durante la procesión. También se viste la vara. Y sin parar de mover los pies a golpe de dulzaina y tambor, se sale de iglesia y se forma un gran corro, todos cogidos de la mano: se baja a la plaza galopeando. Una vez en la plaza, toca bailar la jota. No hay San Bartolomé sin Galopeo ni Jota.
El aperitivo se puede alargar hasta las cinco de la tarde. Un año, el muchacho que cogió el chiringuito dijo que no había visto nunca un pueblo que bebiera tantos botellines. En realidad no bebemos tantos botellines, lo que pasa es que, cada vez que te acercas a la barra, pides sin orden ni concierto y los repartes entre los amigos y los que te encuentres.
Tras una merecida siesta, toca seguir con la jarana. La orquesta de turno toca alguna pieza antes de cenar y se hace un bingo en el que el premio es un lote de dulces o de salado, según el día. Yo solo he ganado una vez en mi vida, y lo tuve que compartir con mi amiga Lorena porque las dos teníamos el cartón ganador. Por la noche, sobre la una, empieza la juerga grande. La verbena es la verbena y lo que pasa en la verbena se queda en la verbena. Aunque en un pueblo… todo se sabe.
Según escribo estas líneas, las ganas de que llegue el día veinticuatro aumentan en cada tecleo. Han sido muy tristes estos dos últimos años. Recuerdo las no fiestas de 2020. Fue lo más triste del mundo. Los que tenemos pueblo sabemos que nuestras fiestas son sagradas y las vivimos como si se nos fuera la vida en ellas. Pero aquel primer año pandémico fue un vacío sin alivio. Solo hubo una misa, la gente estaba decaída, no hubo dulzaina ni tambor, no hubo música, no hubo reuniones con los amigos ni con la familia. Si hay algo que para mí es importante en cuanto a reuniones familiares, es la fiesta del pueblo, mucho más que la Navidad, porque siento que San Bartolomé sí que es la unión con mi familia, mi tradición, mi cultura, mis raíces, lo mío, lo verdaderamente mío, lo que me ha hecho ser como soy y saber de dónde vengo.
Ahora me toca seguir disfrutando del pueblo, pero de otra manera muy distinta, como antes de que un virus nos cambiara la vida. Después, me voy a recorrer mundo y seguro que traigo muchas historias que contar. Con el pistoletazo de salida para las fiestas de San Bartolomé, me despido hasta finales de septiembre, no sin antes dejar este Meraki que ya publiqué y viene al caso. ¡Feliz verano y viva San Bartolomé!
La noche pasó al compás de la verbena.
Entre bailes y alcohol.
Entre la ventanita del amor, chiquilla y no rompas más mi pobre corazón.
Entre pasodobles, rumbas y el tambor que llama a tambor.
Oro, plata, sombra y sol.
El mismo sol que empezaba a salir detrás De la Torre De la Iglesia.
El mismo sol que, al amanecer fue testigo de que no fue amor.
Aquel verano en el que la fiesta fue pagana, en el que creí morir si no sentía el roce de tu cuerpo junto a mí, y en el que la alondra valiente que alza la frente echa a cantar, tú y yo nos quisimos peligrosamente.
Perfecto. Sigo tus relatos y me emociono al acercarse la fiesta del pueblo.
El pueblo hay que sentirlo y tú lo relatas de una forma Llana y sencilla de tal manera que lo reflejas en cada una de tus palabras.
¡ánimo, a seguir así!
Que bonito y sentido escrito y que pocas personas sienten su pueblo de esa manera. Para la mayor parte de las personas que conozco y tienen pueblo sienten el pueblo solamente como lugar de diversión y juerga no como lo que verdaderamente es un pueblo, costumbres, tradiciones, centro de reuniones familiares y en muchos casos tus raíces. Gracias Lucía por hacernos sentir contigo lo que verdaderamente es un pueblo.