No sé cómo empezar a escribir estas líneas. Tampoco cómo agradecer todo el cariño que he recibido desde que grité a bombo y platillo que mi primer libro ya era una realidad. Lo que pasó el sábado fue más especial y bonito de lo que nunca pude imaginar. Siempre dibujas en la cabeza cómo van a suceder las cosas. Imaginas lo que dirás, quién irá e incluso ensayas un discurso que luego se va al traste porque es mejor dejar paso a la naturalidad y a la improvisación.
A la presentación de ‘Vaivén de estación‘ vino mucha gente que no esperaba y eso me agradó infinito. Recibí flores, abrazos y mucho apoyo y cariño. Mi familia estuvo allí, mis amigos también. Y conmigo, en la mesa, mi querido Juan Carlos, que hizo una labor estupenda. No podría ser otro, sabía que lo haría muy bien, y lo hizo.
Ahora toca lo más difícil: que guste a quiénes lo lean.
Después de la resaca emocional me pongo a tope con lo siguiente. ¿Qué pasará? ¿Qué saldrá de la idea principal? ¿Cómo evolucionará? No lo sé. Como dice la canción de Rigoberta Bandini: «Mi abuela me lo repetía siempre. Lo que tiene que ser, será igualmente» […] «A ver qué pasa, a ver qué pasa».
Dio la casualidad de que también el sábado se entregó el Premio Planeta 2022. Luz Gabás se alzó con el galardón y Cristina Campos quedó finalista. Quiero centrarme en ésta, que su discurso dijo «yo fui una estudiante nefasta, me echaron en 4º de la ESO por suspender Física y Química, Matemáticas y el catalán. Explico esto porque tengo tres hijos a los que ayudo a estudiar. Todo ha cambiado para bien pero creo que se sigue premiando la capacidad de memorizar pero no veo un espacio de crear, a crear también se aprende, crear es relacionar. Eso es importante y también lo escribo dentro de la novela. Si hay algún padre o madre desesperado porque su hijo suspende muchas, que no desespere. Quizá ese niño descarrilado acabe como finalista del Premio Planeta».
Yo, al igual que la finalista del Premio Planeta 2022, fui una estudiante de menos diez. No me echaron de ningún colegio, pero me metieron en un internado para intentar levantar seis suspensos. Destaco esto, porque veo muy necesario el discurso de Cristina Campos. Creo que en la educación apenas hay hueco para la creatividad o las artes. A mí me enseñaron a hacer derivadas, matrices, análisis de oraciones y la lista de verbos irregulares en inglés, pero no me enseñaron a gestionar emociones, tampoco a sacarlas, o a tener un pensamiento crítico sin imposición. No tuve un pequeño espacio para aprender a hablar en público, ni para fomentar la curiosidad ni explotar esa creatividad que me ardía por dentro. Copiaba obras en Plástica en vez de crear unas propias, indistintamente del talento para las artes plásticas. Me obligaban a correr alrededor de un claustro sin cambiar de dirección, a llegar a un mínimo de flexiones y abdominales mientras en el comedor del colegio nos daban de comer san jacobos, yogures azucarados o pescado rebozado.
Aprender se convertía en una carrera numérica del cero al diez, siendo cuatro y medio de zoquete y diez de mente brillante. La historia de España acababa en La Transición y todos los poetas estaban muertos. Leía en castellano antiguo y si hablabas en clase, el castigo era mandarte a la biblioteca, como si la biblioteca fuera la casa de la tortura en vez de un universo por el que viajar entre miles de historias.
Han tenido que pasar muchos años para que me diera cuenta de dónde estaba mi gran fracaso escolar y que por mucho que intentemos desviar el camino, como dice Rigoberta Bandini «lo que tiene que ser, será igualmente«.
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En parte tienes razón cuando hablas de los estudios obligatorios pero quizás sea una forma de preparar las mentes de cara a un futuro. De cualquier forma y a pesar de los errores que tengan los estudios obligatorios, hasta segundo de bachiller, considero que es un mínimo que debería tener cualquier persona, eso si, quizás hacerlos más agradable o encaminados a diferentes capacidades.