Mis amigos, los que no tienen pueblo, me dicen que soy muy pesada con el mío. Que por qué voy tanto, que qué se hace en un pueblo, que si no me aburro. La verdad es que el aburrimiento en una persona como yo es complicado, siempre encuentro algo que hacer. En estos días de retiro rural salgo temprano a correr, me pongo a trabajar (el teletrabajo es lo mejor que nos ha regalado la vida), relajo la mente haciendo macramé, estructuro un futuro proyecto literario, me doy caminatas campestres, leo, me paro a charlar con los vecinos y duermo por las noches sin necesidad de un ventilador o aire acondicionado. Las horas en el pueblo llevan otro compás. ¿Viviría eternamente bajo este ritmo? No, pero sí necesito esta melodía de vez en cuando.
Aquí, despierto con el canto de los pájaros, y durante la mañana, en las calles resuenan las furgonetas de los vendedores ambulantes. Porque en el pueblo no hay supermercado, ni panadería, ni carnicería, ni pescadería ni ningún establecimiento en el que puedas comprar ni un triste tomate.
Cuando el panadero está entrando al pueblo, toca el claxon. Un sonido que todos conocemos y lo recordamos en casa a voz en grito diciendo: «ya ha venido el pan». En la plaza se crean corrillos y es donde descubres que alguien ya ha venido de veraneo. Aquí nos conocemos todos, y si tienes algún quehacer y no puedes ir a comprar, le encargas el pan a cualquiera. Un par de días a la semana viene un señor con una megafonía que dice algo así como «x kilos de patatas cinco euros. X kilos de tomates cinco euros», y así con completa el repertorio del hortal. Todo lo que vende, sea lo que sea, cinco euros. También viene el de Gascueña, que vende de todo, desde frutos secos hasta lejía, y es de ahí, de Gascueña, un pueblo que está a unos veinte kilómetros de Castillejo del Romeral. El de los melones, el pescadero, el de los congelados… solo necesitas prestar atención a los ruidos que vibran en las calles para tener la despensa repleta de alimentos. Éstas son de las pocas cosas que aún mantienen viva la España vaciada.
Recuerdo cuando era pequeña y me despertaba una tocata diciendo: «vendemos colchones. A precio de fábrica: Pikolín, Normablock…» o el tapicero, que gritaba algo así como «ha llegado el tapicero. Tapizamos sofás, sillones, descalzadoras». ¡Y el afilador! Ese sí que metía buena turra con una megafonía cansina y monótona: «aaaaaaaafiladoooooooor». Éste aún aparece de vez en cuando.
Algo que me encanta del verano en el pueblo es eso de salir al fresco. Durante el día, el calor es igual de sofocante que en Madrid, pero en una versión más limpia. Por la noche la temperatura baja y el aire se mueve. Antes de cenar, los que no van al bar sacan una silla a la puerta de casa y se crean las tertulias por barrios. Porque en el pueblo, aunque sea pequeño, hay barrios: el barrio de arriba y el barrio de abajo, hasta hay uno intermedio que le llaman El barriote. En el barrio de arriba, todas las tardes, hay timba de brisca: yo lo llamo Casino Gran Placeta. Después de cenar la tertulia sigue hasta la una, que siempre ha sido la hora del toque de queda: las calles se vacían y el silencio es testigo del descanso vecinal.
Cuando hay niños, el pueblo parece otra cosa. Me gusta escucharlos en la plaza: aún siguen jugando a Botebotero. Me recuerda a mi infancia. El juego del Botebotero es muy sencillo, solo se necesita una botella de plástico vacía, de las grandes, con arena hasta la mitad. Ésta se coloca sobre la alcantarilla de la plaza, mirando calle abajo. Uno se la liga, y otro tiene que darle una patada a esa botella mandándola lo más lejos posible. El que la liga tiene que correr a por ella y colocarla en su sitio volviendo de espaldas. Mientras, los demás se esconden. Empieza el juego: el que la liga tiene que encontrar a los demás. ¿Cómo? Cuando ve a alguno de los compañeros tiene que correr a la botella y, chocándola contra el suelo, decir «botebotero por Fulanito». Cuando yo jugaba, siempre, siempre, siempre, el Fulanito preguntaba «¿dónde estoy?». Y el que se la ligaba: «detrás de la cortina de la casa de la Isabel» o «en el jardincillo». Éste ahora es un parque infantil. El «has roto olla» también resonaba por todas partes. Eso significaba que el que la ligaba se había equivocado. Cuando todos han sido pillados, el último del equipo tiene que estar listo y, en el primer despiste del que se la liga, salir corriendo y volver a patear la botella para que todo vuelva a empezar. Si esto no se consigue, el primer pillado, la liga.
Otra cosa que me encanta del pueblo es el color que tiene al atardecer y dar largos paseos por las zonas en las que el sol se ve poner en el horizonte. Sobre todo en verano. El Meraki de hoy tiene como protagonista la puesta de sol. No me lo inspiró mi pueblo, pero sí otro pequeño pueblo del noroeste de Irlanda en el que pasé una temporada.
Este microrrelato será el último que publicaré por aquí. Seguiré escribiendo sobre lo que me inspira, pero a partir de septiembre os espero en Qultu.
La puesta de sol se reflejaba en un espejo de carretera cuando me preguntaste cuál era mi atardecer favorito. “El de verano”, te contesté. “¿Por qué?”, me dijiste sin comprender. “Porque el de invierno es igual de frío que un abrazo en la sombra, un beso clandestino o un amor no correspondido”.
¡Qué enviadia me dais la gente que tenéis pueblo! Estoy por irme a Castillejo del Romeral y comprar una casa. ¡Un abrazo!
El pueblo, ¡Ay!!! el pueblo. Me sumo a tu sentimiento y vivencias en el pueblo ¡Que buenos momento he pasado yo en el! Allí he experimentado desde pequeña mi primera vez; mi primera vez en libertad, mi primera vez de fiesta y trasnoche, mi primera vez de bailar con un chico y por su puesto mi primer amor adolescente. En el están mis raíces y en el está casi toda mi familia ya fallecida ¡Cuanto valor tiene la vida cuando en un pequeño trozo del mundo tienes todos tus sentimientos recogidos! esto solo lo podemos valorar quienes vivimos en una gran ciudad pero mantenemos nuestra relación profunda con el pueblo.
No todas las personas que acuden a sus pueblos sienten lo que tu expones, la mayoría de penrsonas, sobre todo jovenes, que acuden a mi pueblo, lo hacen por pasarse una soberana juerga, sin pensar que allí viven personas que no tienen porque soportar la mala educación y las malas prácticas que realizan y siempre justificadas por sus padres. También decir que en un porcentaje muy elevado hay personas que solo acuden al pueblo para las fiestas y creyéndose con todos los derechos habidos y por haber. Personas que no colaboran absolutamente en nada pero si hacen creer que lo hace. Hay otras personas que reeivindican y critican lo que verdaderamente es y ha sido tradición pero no son ni han sido capaces de transmitirla a sus hijo. Todo esto y mucho más es la vida de mi pueblo que a pesar de todas estas cuestiones negativas y dañinas yo procuro ignorar y cultivar cada vez más mis sentimientos hacia mi pueblo.
Meraki muy bonito y muy bien escrito. La locución preciosa, tu voz es espectacular.